Está claro que la estética domina mucho en nuestra sociedad, y nos cuesta horrores romper con numerosos estereotipos «validados» en nuestro entorno. El mundo de las organizaciones es un claro ejemplo. ¿Os habéis preguntado alguna vez porque los hombres según el cargo que ocupe ha de ir con traje y…con corbata? En muchas ocasiones me he planteado esta cuestión a la que no le encuentro respuesta. ¿Qué hace la corbata a la persona que la lleva?
¿Más elegante, más interesante,…más inteligente? Reconozco que para algunos cursos de formación que realizo me la pongo. No me molesta, y cumplo con lo que se espera… pero ¿no sería momento de cambiar?. Me consta que en algunas organizaciones han roto con esta «costumbre» y ya es un paso, pero aún falta por hacer y cambiar determinados «tópicos». Comparto un artículo de El confidencial titulado ¿El hábito hace al monje?
«En los últimos años se ha hablado largo y tendido del fin de la corbata, la desaparición del traje y el triunfo del estilo business casual. Estamos asistiendo a un importante cambio de costumbres espoleado por los propios políticos y personajes públicos, que han terminado convirtiendo la corbata y el traje ya no en un signo de elegancia, sino en una prenda del pasado caracterizada por su rigidez y una excesiva formalidad. En cada vez menos trabajos se exigen este tipo de prendas, que sólo sobreviven en departamentos comerciales, consultorías y servicios jurídicos.
No cabe duda de que olvidarse del traje es más cómodo, pero ¿es positivo para el trabajo en sí? En los entornos laborales la ropa tiene importancia en la medida en que aporta unos atributos a su portador que se pueden perder si éste viste más descuidado. Pero una nueva corriente en las escuelas de negocios asegura que, además, la ropa que llevamos influye de forma importante en nuestro rendimiento.
En 2012, los profesores de la Northwestern University (EEUU) Hajo Adam yAdam Galinsky definieron en un estudio del mismo nombre el concepto deenclothed cognition para describir la influencia sistemática que la ropa tiene en los procesos psicológicos del que la porta. Los profesores llegaron a la conclusión de que los ropajes que asociamos a una profesión concreta hacen que sus portadores estén más concentrados y sean más cuidadosos en su labor, con independencia de que sean verdaderos profesionales del ramo.
La ropa de listos te hace más listo
Para confirmar su hipótesis Adam y Galinsky seleccionaron a 58 estudiantes. La mitad se enfundó una bata blanca de doctor y el resto se quedó con la ropa que llevaban de la calle. Tras esto les sometieron a una serie de pruebas para evaluar su capacidad de concentración y agudeza mental. Los que llevaban bata cometieron, de media, la mitad de errores que sus compañeros con ropa de calle.
La ropa no sólo cambia la percepción que nuestros compañeros tienen de nosotros, también cambia la forma en que actuamos.
En un segundo experimento los investigadores dividieron a 74 estudiantes en tres grupos. Todos llevaban la misma bata blanca, pero a unos se les dijo que era una bata de doctor, a otros que era de pintor y a otros no se les dijo nada. Realizaron una prueba de atención en la que se les pidió señalar las diferencias entre dos imágenes. Los que llevaban la bata de doctor lo hicieron significativamente mejor que los otros grupos.
Adam y Galinsky llegaron a la conclusión de que la enclothed cognitionfunciona en dos sentidos: depende del significado simbólico de la misma pero además de la experiencia física que resulta de llevar esa ropa. “La vestimenta invade el cuerpo y el cerebro, llevando al que la lleva a un estado psicológico diferente”, aseguró Galinsky en un reportaje del New York Times.
La vestimenta cambia la percepción de los demás (y la nuestra)
La ropa no sólo cambia la forma en que actuamos, además, cambia la percepción que nuestros compañeros tienen de nosotros. En un estudio que ya es un clásico (se realizó a mediados de los 90), la profesora de psicología de la Universidad de Virgina del Este, Tracy Morris, pidió a un grupo de profesores que usaran tres tipos de prendas: una profesional formal (traje oscuro completo) otra profesional casual (pantalón o falda con camisa) y otra “de la calle” (vaqueros, camiseta y zapatillas).
Las personas que más informal visten en la oficina siempre van a tener una peor valoración de parte de jefes y compañeros.
Los profesores dieron sus clases con esta ropa y se pidió a los estudiantes que evaluaran diversos atributos: conocimientos, competencia, carácter, sociabilidad, compostura y extroversión. Morris descubrió, como esperaba, que la competencia, la compostura y el nivel de conocimientos son atributos cuya percepción varía enormemente en función de la vestimenta: los profesores de traje fueron los mejor valorados.
No es difícil extrapolar el estudio de Morris a otros ambientes laborales: las personas que más informal visten en la oficina siempre van a tener una peor valoración de parte de jefes y compañeros o, al menos, les costará más ganarse una reputación.
Pero la vestimenta no sólo cambia la manera en qué nos ve el resto, también cambia la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Un estudio de 1994 dirigido por la profesora Yoon-Hee Kwon, de la universidad de Illinois del Norte, mostró en qué forma nuestra vestimenta influye en la valoración de nuestras propias aptitudes. Los participantes del estudio que consideraban que llevaban la ropa adecuada también tenían una mejor percepción de sus competencias, su responsabilidad, su honestidad o su inteligencia, entre otros atributos. «
El vídeo que acompaña esta semana al post, va sobre esos estereotipos que algún día cambiarán.
Comentarios 1
Hahaha… O sigui que l'hàbit ajuda a fer el monge, no?