No es ningún secreto. Creo que tenemos tod@s el convencimiento que nos sentiríamos más libres siendo uno mismo, y para ello sin duda necesitamos hacer aquello que nos llena y saber decir no a aquello que no nos aporta nada. Sin embargo, ese saber decir no en todos los ámbitos en los que nos movemos cuando hay algo que no nos interesa, nos cuesta horrores.
Nos ocurre con personas de nuestro entorno que por complacerles decimos sí, y también en otros entornos sociales o políticos que decimos sí a algo porque simplemente es lo mayoritario, cuando en el fondo queremos decir no. Ser uno mismo, significa respetarse y ser valiente, y para ello necesitamos determinación y perseverancia, y no cabe duda que aún estamos a tiempo de lograrlo, si practicas eso que le llaman asertividad, y es que lo dijo Steve Jobs y creo que está en lo cierto “Solo aprendiendo a decir “no” podemos concentrarnos en las cosas que realmente importan. Comparto un artículo del psicólogo Xavier Guix publicado en La Vanguardia y titulado Aprender a decir no.
“Nos cuesta decir que no porque tenemos en cuenta a los demás. Si no fuera así, nos importaría bien poco distinguir entre un sí y un no. Pero resulta que los demás nos importan más de lo que decimos que nos importan. Tenemos en cuenta a los demás porque valoramos, y también calculamos, los beneficios y los costes de cualquier relación. Un sí o un no pueden cambiarlo todo. Una actitud muy humana es la de procurar influenciar en la conducta del otro, sobre todo a nuestra favor. Es por eso que medimos los efectos de nuestra conducta tanto verbal, como no verbal. Los problemas, por lo general, suelen venir cuando por exceso de espontaneidad, o por no tener en cuenta el contexto, el alcance y el clima de la relación, se dicen cosas que favorecen el malentendido o las malditas presuposiciones.
Si medimos los efectos de nuestra conducta, no cabe duda que la más inquietante es la negación. Consideramos, quizás equivocadamente, que frustrar las expectativas de los demás es malo, feo, sabe mal, nos hace quedar mal y crea una imagen egoísta de nosotros. No hay nada peor que decir que no cuando lo que se espera es un sí clamoroso. ¿Qué es lo que en realidad nos sabe mal? No poder cumplimentar el deseo que alguien ha puesto en nosotros. Es como si se depositara una confianza que quedará rota por nuestra negativa. Es como si le cortásemos el paso, como si le dejáramos huérfano de sus ilusiones. Parece que causemos un disgusto.
No obstante, también nos resistimos al no porque no sabemos cómo expresarlo, como decirlo sin que parezca una bofetada en toda la cara. Nos cuesta afirmarnos a nosotros mismos. Nos cuesta incluso ser honestos con nosotros mismos y con los demás. Nos cuesta mostrarnos en lo que somos y vivimos. Nos cuesta, digámoslo claro, sostener la capacidad de decepcionar. Si no somos capaces de aceptar la decepción, difícilmente lograremos un alto grado de libertad personal. Porque al decepcionar no hacemos otra cosa que romper con la imagen que se han creado de nosotros. Y, muy a menudo, el no atreverse a decir no es porque evitamos la decepción ajena. Temer por esa decepción es esclavizarse a ser la imagen construida de cómo deberíamos ser. Y hasta ahí podríamos llegar. En su lugar, intentamos hacer piruetas lingüísticas de lo más rebuscadas. En ese sentido, tiene razón el profesor Steven Pinker cuando afirma que “cuando las personas hablamos nos andamos con rodeos, disimulamos mucho, nos andamos por las ramas, titubeamos y adoptamos otras formas de vaguedad y de segundo sentido. Todos lo hacemos y esperamos que los otros lo hagan también, y al mismo tiempo decimos que añoramos hablar sin rodeos, que la gente vaya al asunto y diga lo que quiere decir, así de sencillo. Tal hipocresía es un universal humano. Hasta en las sociedades más francas, las personas no se limitan a soltar lo que quieren decir, sino que ocultan sus intenciones en diversas formas de cortesía, evasión y eufemismo”.
Abordar la dificultad en decir que no entraña un ejercicio de transitar sobre dos raíles fundamentales: uno tiene que ver con nuestros estilos comunicativos, faltados de eso que los ingleses llaman la asertividad. El otro raíl es la dificultad en afirmarse a uno mismo. Y cuando esto sucede significa que los mecanismos de seguridad y confianza personal están bajo mínimos. Cuando uno está dispuesto a respetarse, a actuar honestamente, a no temer decepcionar, a confiar en la capacidad de encontrar el acuerdo con el otro, no teme tanto el afirmar como el negar. Cuando se procede así, se produce el efecto contrario del temido: somos respetados por nuestra decisión. Lo que fastidia es la duda, el rodeo y la mentira. La autenticidad suele caer del lado del aprecio.
Vale la pena tener en cuenta lo siguiente: allá dónde decimos no estamos abriendo nuevas posibilidades, sólo que lo hacemos negando otras. Allá donde decimos que sí, aceptamos el mundo que se abre ante nosotros, aunque dejamos de mirar otras opciones. Se trata de tomar partido, a sabiendas que detrás de la elección se esconden posibilidades y a la vez renuncias. Sólo que tenemos miedo. Nos gustaría no equivocarnos. Y también por eso procuramos evitar posteriores sentimientos de culpa. Así, ensartados entre el miedo y la culpa, cuesta afirmarse a uno mismo. Ante el problema de decir que no, tenga presente los siete principios de la asertividad:
- Puede hacerse respetar por los demás.
- Reclame aquello que considere sus derechos.
- Es imposible que todo el mundo le quiera.
- Piense en usted positivamente.
- No se deprima, actúe.
- No se esconda de los demás.
- Qué importancia tiene que salga mal, mientras se haya afirmado.
No hay que temer la decepción si uno actúa con dignidad. Es mejor tener pocas expectativas sobre uno mismo y los demás. Esos son los atributos que anteceden a la persona sabia.
Comparto un vídeo de una persona que se atrevió a decir NO a cosas que pasan en nuestro día a día…