Terminó el verano, y como sabéis son fechas junto a las de fin de año en el que a la gente le da por proponerse objetivos. Desde el adelgazar, hacer deporte, encontrar pareja, cambiar de trabajo…etc. Infinidad de propuestas que nos planteamos y que muchas de ellas quedan en el olvido, incluso hasta el punto de producir el efecto inverso a la felicidad de conseguirlo.
¡Sí! Caemos en la frustración de no poder conseguir lo planteado. Otros sí que lo consiguen, y hay que felicitarles por ello. De estos últimos, algunos han disfrutado del camino y seguramente habían formulado el objetivo de una manera correcta, pero otros a pesar de conseguirlo, sienten que han perdido algo por el camino, que no merecía la pena todo el esfuerzo. Y es que una de las condiciones que ha de tener un objetivo bien planteado, aparte de que sea específico, medible, alcanzable, realista y acotado en el tiempo, es que también sea ecológico. ¡Sí! Que se adapte a los valores que te mueven en esta vida. ¿Cuántas veces conseguimos logros que nos enorgullecen, pero hay ese algo en el fondo que no te ha gustado del todo? No todo vale, y disfrutar del camino es mucho más enriquecedor que el propio objetivo en sí. Comparto un artículo de Peter Bregman publicado en Harvard Business Review y recogido hace unos meses en el diario El País al que titulan Los efectos secundarios de fijarse metas.
“–¡Sofía, Daniel! –grité por el pasillo a mis hijos de siete y cinco años de edad, que estaban jugando en su habitación–. En diez minutos llega el autobús de la escuela. Vamos a ver quién se cepilla antes los dientes y llega primero a la puerta.
Los dos se lanzaron hacia el baño, riendo. Tan solo dos minutos más tarde, Daniel había ganado, por muy poco, a Sofía. Sonreí por mi victoria. Tenía a los dos niños en la puerta, listos para coger el bus en un tiempo récord. Había conseguido mi objetivo. ¿O no? Sí, estaban en la puerta a tiempo. Sin embargo, dos minutos no es tiempo suficiente para cepillarse los dientes correctamente. Además, el baño había quedado hecho un desastre”.
Con esta anécdota familiar, Peter Bregman empezaba su artículo Considere no establecer objetivos en 2013, publicado en la prestigiosa Harvard Business Review. El escritor y especialista en liderazgo fue una de las primeras voces en alzarse en contra de la ética de los objetivos, esa tendencia tan arraigada que profesionaliza todos los ámbitos de la existencia. Y con profesionalizar nos referimos a contemplar la existencia bajo la perspectiva de la productividad, como si nuestras vidas tuvieran que responder ante un consejo de administración y lo único que importara fueran los resultados.
“Cuando bailas, tu objetivo no es ir a un lugar determinado de la pista. Es disfrutar cada paso del camino” Wayne Dyer
Así, con tantos objetivos por cumplir, casi nadie habla de sus perniciosos efectos secundarios. Analicemos, en este sentido, la anécdota familiar de Bregman y veremos reflejados, tanto en el padre como en los dos niños, muchos de los problemas (personales y empresariales) que caracterizan y definen nuestro tiempo:
Enfoque pequeño de la realidad. Si solamente me preocupa que mis hijos estén a tiempo para coger el autobús de la escuela, dejo de lado algo tan importante como su higiene dental, por ejemplo. El resultado es que empequeñezco la dimensión de un tema mayor por conseguir un resultado inmediato.
Comportamientos poco éticos. Puede que Sofía y Daniel, compitiendo para llegar antes a la puerta, se empujen o se escondan el uno al otro la pasta de dientes, por ejemplo. Por tanto, se puede estar fomentando un aumento de conductas no deseadas.
Falta de perspectiva ante posibles riesgos. No es difícil de imaginar a Daniel corriendo escaleras abajo para llegar el primero, sin pensar en que puede tropezar y hacerse daño.
Falta de automotivación. Si el objetivo es lo único que importa, si llegar el primero para tener contento a papá es la motivación, ni Daniel ni Sofía van a lavarse los dientes por razones como la higiene y el cuidado personal.
Disminución de la cooperación. Supongamos que Sofía, más pequeña que Daniel, no acierta a abrir la pasta de dientes y le pide ayuda a su hermano. Es lógico que, en este contexto, Daniel vea la incapacidad de su hermana como una ventaja competitiva que le acerque a la meta de llegar el primero y decida no ayudarla.
Pero además de los efectos secundarios que hemos comentado, una vida enfocada a los objetivos provoca ansiedad. Porque cuando se compite, no siempre se puede ganar. Porque no siempre se puede conseguir aquello que nos proponemos. Aunque nos esforcemos. Aunque lo hagamos todo bien, es inevitable que en ocasiones no alcancemos lo que era nuestro objetivo. ¿Entonces qué? Incluso durante el proceso, estamos tan orientados a lograr esto o aquello que provoca que no disfrutemos de lo que estamos haciendo. Solamente podemos pensar en si lo conseguiremos o no. ¿Resultado? Más desasosiego. Así, no es difícil de entender que los psiquiatras definan la ansiedad como la epidemia de nuestro siglo. Es normal. Nuestra sociedad se ha orientado a la ética del objetivo. Del conseguir. Del tener. Del llegar. No del camino.
En este sentido, la distinción entre ser y tener que hace Erich Fromm, uno de los grandes pensadores de finales del siglo pasado, parece una profecía de nuestros días. Veamos:
“Si puedo decir ‘soy lo que tengo’, entonces la pregunta que surge es: ‘¿Quién soy yo si pierdo lo que tengo?’. Así pues, el sentido de identidad basado en ‘lo que yo tengo’ es siempre amenazante. El sentido de identidad que está basado en el ser es completamente diferente. Yo siento, veo, amo, estoy triste… todas estas experiencias humanas que se pueden expresar con verbos son actividades humanas que no son dependientes, que no pueden perderse o ser destruidas”.
Si queremos librarnos de la angustia del tener, de conseguir y conseguir objetivos, debemos fijarnos ámbitos de mejora. Trabajar en lo que nosotros somos, en aquello que no puede ser destruido. No en aquello que podemos obtener.
Hagamos un ejercicio, usemos la imaginación y supongamos que somos delanteros de un equipo de fútbol y llevamos algunos partidos sin marcar un gol. Nos hemos esforzado. Hemos corrido más que nunca, pero el gol no llega. Empezamos a estar ansiosos y tratamos de concentrarnos para el próximo partido con un único objetivo en mente: meter por fin un gol y dar por acabada la sequía. Llega el día del partido y estamos tan pendientes de nuestro objetivo que apenas combinamos con nuestros compañeros. Nos obsesionamos con disparar desde cualquier posición, sin tener en cuenta si es la más idónea. No disfrutamos. No nos lo pasamos bien. Al final, no llegamos a marcar. Es más, el entrenador, disgustado con nuestro juego, decide sustituirnos antes de que termine el encuentro. Los objetivos nos han traicionado.
“La mejor forma de conseguir la realización personal es dedicarse a metas desinteresadas” Viktor Frankl
Pero hay otro camino que consiste en analizar las razones por las que no hemos alcanzado el gol: examinar nuestro juego en estos últimos partidos. Entonces, tal vez lleguemos a la conclusión de que no estamos suficientemente compenetrados con los mediocampistas de nuestro equipo, y que además no nos desmarcamos bien, con lo que no producimos suficientes opciones claras de gol. Tenemos ahora dos ámbitos de mejora en los que trabajar durante los entrenamientos. Así, charlamos con los mediocentros y ensayamos alguna jugada nueva. Nos preocupamos por desmarcarnos mejor, crear buenas diagonales… En conclusión, saltaremos al terreno de juego siendo mejores futbolistas y, por tanto, aumentaremos en mucho las posibilidades de marcar gol. Además, al darnos cuenta de nuestra progresión, seguro que disfrutaremos mucho más del juego.
Enfocarse en los objetivos es trabajar para conseguir lo que queremos una vez. Enfocarse en los ámbitos de mejora es progresar para alcanzar lo que queremos una vez y otra y otra. Es como la fábula que todos conocemos de aquel granjero que tiene una gallina que pone huevos de oro. Sabemos su fatal desenlace. El hombre, impaciente y avaricioso, decide abrir en canal a la pobre gallina para extraer todos los huevos de oro. El granjero se ha enfocado en los objetivos. ¿Resultado? Ni huevos, ni oro, ni gallina. Y mucha ansiedad.
Lo cierto es que todos tenemos nuestra gallina de los huevos de oro, es decir, aquello que hacemos bien y además disfrutamos haciéndolo. Y todos podemos decidir si le pedimos resultados y más resultados o si preferimos cuidar y mimar esas habilidades que nos diferencian del resto.»
Cuando uno consigue los retos por los que ha luchado y disfrutar del camino es importante, pero también lo es mostrar agradecimiento a los que te han ayudado en ese camino. Os muestro un vídeo de alguien que lo consigue todo pero le faltaba algo muy importante: el agradecimiento…