Hace tiempo que escucho eso de que el mejor entrenador es el que ha sido jugador, haciendo valer aquello de que solo el que ha sido jugador conoce los entresijos de ese mundo y por tanto podrá ser válido para dirigir. No digo que no los haya, pero la frase como dogma contiene muchos errores. Haciendo un paralelismo con las organizaciones, no será la primera vez que para el puesto de jefe de un departamento se elige al mejor técnico que esté trabajando en ese momento, y luego nos encontramos con lo que nos encontramos. Son esas habilidades emocionales que suelen brillar por su ausencia las que se necesitan para dirigir y que muy a menudo nos olvidamos de lo imprescindibles que son.
Conozco personas que cuando han sido “subordinados” han estado maldiciendo de su mando por sus maneras autoritarias y cuando llega el momento de ascender, ¡oh, curioso!, utilizan las mismas estratagemas o métodos para llevar a los suyos. Aquí y aún estando en contra de generalizaciones, dichos o refranes como la del principio del escrito, podríamos hacer un mal uso de “de tal palo, tal astilla”. En muchas ocasiones, entras en una empresa y llegas con una serie de valores y creencias muy distintas a las de la organización y cuando has pasado un tiempo sumergido en ese «mundillo» parece como si te hubiesen abducido y arrancado lo que eras, y adoptas las mismas maneras de hacer, lo que siempre se hizo. Es el camino corto a la vez que fácil, no sea que te vean distinto al resto de los «compis». Seguramente se trata de tener un tanto de proactividad y de saber y tener claro lo que quieres para ti y para los tuyos, en el caso de los mandos. Para ello, sin duda la confianza en sí mismo y unas dosis de autoestima son muy saludables, pero sin caer en ese narcisismo insoportable que se ocasiona cuando te valoras mucho más a ti mismo que a los demás.
Comparto un extracto de dos artículos encontrados en la revista Forbes y titulados Qué hacen y qué no hacen los buenos líderes y Así se ganan los líderes el respeto de su equipo
«Felicitar a aquellos que lo merezcan. Los líderes eficaces saben que el reconocimiento reflexivo sobre los buenos resultados es una forma de animar al equipo de cara al futuro y están dispuestos a ofrecer elogios cuando sean merecidos.
Piensan a largo plazo. Los mejores líderes siempre están buscando más allá del horizonte, hacia situaciones que aún no han ocurrido y evalúan cómo los acontecimientos de hoy determinarán el futuro. «Los jefes piensan en la actualidad, los líderes piensan en el mañana», dijo Peter Drucker.
Son conscientes del potencial dañino del riesgo. Esto no quiere decir que uno no deba aceptar nunca el riesgo. De hecho, en muchos negocios vale la pena. Cada supervisor tiene riesgos para la gestión: riesgos para operaciones departamentales, para la seguridad de la empresa, para los presupuestos y así sucesivamente. Fuertes directivos de todos los niveles reconocen que estar atentos del riesgo es un elemento integral del proceso de gestión.
Dirigen con humildad. El liderazgo es un privilegio, no un derecho. Los buenos líderes se centran en los demás: sus empleados, sus clientes, sus accionistas… y reconocen que si satisfacen sus necesidades de forma natural habrá buena gestión. Desde un punto de vista puramente práctico, la humildad es un estilo de liderazgo mucho más fácil de seguir.
Organizan reuniones con regularidad para comentar novedades y puntos a mejorar. Cuando un líder tienen en cuenta las opiniones de su equipo y los convoca para compartirlas y tenerlas en cuenta, se sienten agradecidos, escuchados, valorados y motivados al comprobar que se les tiene en cuenta. Un líder que escucha tiene casi asegurada la confianza de su equipo
Conocen el trabajo de los demás para poder hablar sobre él con propiedad. Un líder se preocupa en conocer el trabajo que realiza cada miembro de su equipo no sólo para poder dirigirlo, sino para ayudarlos a conseguir sus objetivos y a resolver los posibles problemas que puedan surgirles.
Dan feedback desde el asesoramiento y la sugerencia sin criticar. Cuando alguien no hace las cosas bien, un líder no se encarga de criticarlo y montar en cólera. Primero, porque eso no sirve de nada y segundo, porque sabe que no tiene siempre mayor conocimiento que un empleado sobre su propio trabajo y por tanto siempre tiene al empleado más en cuenta.
Respetan las opiniones de los demás y no les juzgan por ellas. Cuando un líder no comparte su opinión con un miembro del equipo, en vez e tratar de hacerle ver que está equivocado solamente porque él es el jefe y lleva razón, respeta su opinión y la valora, trata de valorar si no será él la persona equivocada.
Dicen la verdad sobre las situaciones y no maquillan u ocultan los problemas. Un líder suele tener confianza con su equipo, para bien y para mal, por tanto, cuando las cosas no van como es debido, en vez de ocultarlo lo explica y cuenta con ellos para llegar a una solución. Un buen líder busca que todos tengan voz, pues todos forman parte del engranaje del equipo.
Cuando no tienen idea sobre algo, lo admiten y piden ayuda y colaboración. Un líder sabe que nunca se deja de aprender y admite que, por supuesto, no lo sabe todo. Por esto, cuando un líder no sabe sobre algo no trata de ocultar su ignorancia, sino que pide consejo y busca la sabiduría de los demás. Un líder siempre se rodea de gente que sabe más y la tiene en cuenta.»
Sólo falta decir Amén!!!!!!
Comparto un vídeo la película «Invictus» sobre Nelson Mandela, donde se da una pequeña lección de liderazgo…
¡Os deseo un feliz día! y nos vemos en facebook, Twitter o en Linkedin…