Es todo un arte y debería de ser un objetivo a plantearse, el escuchar sin juzgar, hablar sin ofender y observar sin despreciar.
«Esta es la historia de un niño que tenía muy mal carácter. Frecuentemente, se enfadaba con sus amigos, les gritaba y les insultaba duramente.
Un día, su abuelo le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia y se enfadara, debería clavar un clavo detrás de la puerta de su habitación.
El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. El segundo día 33 clavos. Y así, cada día el número de clavos era menor. Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar tantos clavos detrás de la puerta. A medida que él aprendía a controlar su enfados, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta. Dejó de clavar clavos y fue a informar a su abuelo.
La puerta estaba cubierta de clavos, y ahora, su abuelo, le sugirió que retirara un clavo cada vez que lograra controlar su carácter.
Así lo hizo, los días pasaron y el joven pudo anunciar a su abuelo que no quedaban más clavos para retirar de la puerta…
Su abuelo lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Entonces le dijo:
– “Nieto querido, has trabajado duro, pero mira todos esos hoyos en la puerta… Nunca más será la misma.”
“Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tú puedes insultar (o pegar) a alguien y retirar lo dicho (o pedirle perdón), pero la herida ya está hecha y la cicatriz perdurará. Recuerda que una ofensa verbal puede ser tan dañina o más que una ofensa física. A veces, le hacemos daño a los más cercanos, a los que más queremos. Debemos controlarnos y evitarlo.”
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